22.12.06

Mi historia con Lisandro, parte IV

Siguieron días raros, de esquivar sus preguntas y atenciones, de concentrarme en el trabajo y tratar de no cruzármelo en los pasillos, de no mirarlo, de tener el bolso y el abrigo listos para escabullirme primero a la hora de salida. Sin embargo, lo inevitable sucedía siempre: no sé cómo, él llegaba a tiempo para alcanzarme en la puerta y caminar juntos hasta Cabildo y Juramento. Él se lo buscaba y yo lo trataba mal.
La mañana en que todos los empleados nuevos fuimos a hacernos un chequeo médico fue definitoria. Yo sentí algo de piedad y decidí dejar de herir sus sentimientos e intentar respetarlo. Lisandro lo percibió, creo, y no se separó de mí ni un momento.
Tras llevar a cabo los estudios necesité imperiosamente un café. Lo pensé en voz alta y él manifestó lo mismo, por lo que fuimos a una confitería sobre la calle Córdoba y desayunamos. Yo, un café doble, amargo y viril; Lisandro, delicado, una lágrima. Mientras esperábamos al mozo sentía sus ojos clavados en mí. Yo miraba la tele. Siempre.
Ninguno de los dos dijo nada, bebimos en silencio y sin mirarnos; la tensión estaba en el aire y yo temía que las tres o cuatro personas que estaban alrededor se dieran cuenta de todo. Lo peor fue cuando dejó su taza vacía sobre la mesa y comenzó a reprocharme, a suplicarme, a pedirme, a engañarme. En voz baja, apenas en un susurro, pero gritando. Entonces lo fulminé con la mirada, dije algunas palabras terminantes, pagué la cuenta y salí a la calle, con él siguiéndome y algo sordo gestándose dentro de mí. Algo parecido a la furia.
No sé cómo explicar lo que pasó después. Tras pedirle -de buena y mala manera- que me dejara solo, caminé hasta Corrientes y Riobamba, compré un ramo de flores y toqué el timbre de mi ex novia. Nuestra ruptura había sido reciente y en buenos términos y estábamos atravesando un período extraño, en el que nos veíamos bastante seguido, cada tanto nos besábamos y cogíamos cuando había suerte. Ella bajó extrañada, yo le di las flores, dije dos o tres frases ridículas y me fui, secretamente reconfortado. Volvía a parecerme a quien yo creía ser.

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